No sabia si debía salir de su escondrijo. Desde aquel pequeño agujero en el rodapié de madera que su madre había roído mucho tiempo atrás podía distinguir con sus ojos pequeños y muy negros entre la oscuridad el montón de muebles almacenados sin orden en el suelo de la habitación. Una mesa grande de madera maciza con una pata quebrada que yacía tumbada de lado, sillas caídas o a punto de hacerlo sobre ella, cuadros con figuras imposibles de reconocer, libros deshojados, figuras de porcelana con la mirada perdida, relojes sin tiempo. Algo mas allá un aparador carcomido con los cajones apilados en el suelo por los que asoman recuerdos, solo recuerdos, de un pasado limpio y reluciente: una mantelería de hilo embarrada por el moho, cubiertos de plata ensombrecida, algunas copas rotas de vidrio tallado con delicadeza y asomando por todos los lados de aquel cúmulo de pasado una lámpara enorme con miles de cristales que devolvía sucia, la poca luz que se filtraba por las rendijas de madera húmeda y deformada de una ventana que siempre estuvo orientada al norte.
Impaciente pero sin mover un solo músculo se encontraba “Aquiles” un gato de pelo negro, brillante, capaz de trepar por las cortinas de terciopelo descolorido que colgaban de unas paredes oscuras y frías, esperando con tenacidad que huyera de aquel agujero, para perseguirlo por toda la habitación.
Tensó todos los pequeños músculos de su cuerpo, juntó el coraje necesario para luchar contra enemigos imposibles, y saltó hacia delante esperando llegar a la mesa antes que “Aquiles” pudiera reaccionar. Y cuando aquel gato aun estuviera intentando localizarle, él entraría por un hueco minúsculo bajo la mesa que ya conoce y saldría por el otro lado. De allí a la ventana tendría que pasar por debajo de los cajones del aparador y teniendo cuidado de no hacer ruido con los cubiertos, o malherirse con algún cristal roto tan solo había dos metros hasta llegar a las cortinas por las que treparía para la ventana donde hay una agujero que da al patio.
Un golpe seco le arrojó rodando contra uno de los cajones caídos y noto como una de sus patas traseras se quedaba enredada sin dejarle marchar. Sintió un dolor agudo que le recorría el cuerpo de lado a lado y vio como se levantaba del suelo con una servilleta de hilo colgando de su pata. Intento soltarse arqueando su cuerpo todo lo que podía y relajándolo después inmediatamente para volver a empezar mientras chillaba con todas su fuerzas intentando ahuyentar el enemigo y el dolor. Pero “Aquiles” sabia muy bien lo que tenia que hacer y espero con paciencia, sin soltar su presa, apretando las mandíbulas cuando notaba los convulsiones cada vez con menos fuerza.
Finalmente la servilleta se desengancho y casi abierta, empezó a caer mansamente hasta que "Aquiles" la sujeto con firmeza, entre las garras, contra el suelo de su habitación.