30 de diciembre de 2011

Oscurografías


Oscurografía en color

Mira, esta es Marta. Era muy guapa de pequeña. Y el vestido se lo hizo la abuela Dorita. Esta es Julia. Pobrecita, murió un año después. Y este? Este es Arturito, no espera… es Carlos! Como se parecían! Y eso que solo son primos! Esta es de… tu abuelo Mario! Que elegante! Se la hizo en la boda de la prima Sole! Y por aquí deben estar las de mi boda… mira, mira bien! las ves?
-          Porque no lo dejas ya?
-          No, no. Vete si quieres.
-          No quiero irme y dejarte aquí otra vez a oscuras con las fotografías.
-          A mi no me importa!
-          A mi si. Te vas a hacer sangre en la yemas de los dedos de tanto mirarlas.

Oscurografía en blanco y negro

Las fotografías que la abuela Matilde sostiene entre sus dedos y que únicamente ve en su cabeza son todos los recuerdos que existen en su vida. Al quedarse ciega se empeñó en recordarlas todas a diario para no olvidarse de ellas.
Únicamente la abuela Matilde es capaz de ver a sus abuelos o a sus primos porque los retratos que con insistencia repasa una y mil veces hace ya mucho que perdieron todas las imágenes de tanto pasarles los dedos por encima. El tiempo, como si quisiera burlarse, en vez de hacer arrugas ha dejado en los retratos, una piel suave y tersa.

            Oscurografía en sepia

La abuela Dori, el abuelo Mario, los primos Carlos y Arturito, la buena de Julita, la prima Sole… y muchos otros decidieron, desde el fondo de una caja de madera en la que esperaban la visita casi diaria de la pequeña Mati, desaparecer poco a poco de aquellas tristes imágenes que alguien tiraría a la basura alguna vez y quedarse para siempre a vivir con la niña.
Al fin y al cabo era la única que les visitaba asiduamente y además de recordarles, les hablaba de la familia a pesar de que los demás la creyeran loca. Durante mucho tiempo fueron entrando un poco todos los días por las yemas de sus dedos mientras Mati iba haciendo hueco en alguna parte de su cabeza. (o quizá fuera de su corazón?).  

La puta de la habitación de al lado


Cara y cruz de los recuerdos
a punto de ser vencida
maneja los deseos de perfil
la boca sangre oro y añil
la mirada fresca y altiva
de una voz de mujer
que canta a contrapunto
ven a comernos el mundo
y voy por verla encender
una tras otra vela a vela
en su cueva de papel
portal sucio de belén
con vanidad de favela
donde te ama entera
sin dejar por descubrir
un solo pliegue para reír
oculto bajo esa cera
fría de los sin remedio
que les deja igual
tanto bien y tanto mal
por solo sueño y medio
convencido en las leyes
de la reina de la cama
cuando dice que te ama
y se sienten rey de reyes
que con los ojos cerrados
todas las noches añora
el tiempo que no llora a
los fantasmas del pasado
en bares de neón y copas
tristes melancolías rotas
de espíritus olvidados
cosas de un corazón
que se siente acorralado
al final de una ilusión
mejor cantas una canción
que morir enamorado
y siempre puedes volver
solo te cobra el alquiler
de lo que dejaste perder
en la habitación de al lado.

El espejo de los recuerdos


Volverán
los tiempos de espejos
sin darnos cuenta
y lloverán sus reflejos
de luz de día
sobre la piel de tu espalda
paz armada de carne y sexo
desnuda, rota, abrazada
de deseos
envuelta en haz de luna
y fuego.
Volverán
los tiempos de espejos
a caminar macilentos
con ojos nuevos de ensueño
con besos de viento
con ajuares
en las casillas del tiempo
para recordar que fuiste
amante
y mas que amante verbo
amarrada a las pasiones
de mis manos
de mis ojos y de mi cuerpo
hasta morir vacía de vida
y llena de amor
por dentro.
Volverán
los tiempos de espejos
por el gusto de vernos
escuchar historias
mentiras y algún cuento
a saber como era
tu risa de cascabel
y amuleto
a verte bailar desnuda
entre mis mágicos dedos
a conocer de tu boca
como se besan los besos
a fabricar mariposas
para encerrar en los versos
a cortar por error la soga
que me sujetó a tus sueños.

La habitación de "Aquiles"


No sabia si debía salir de su escondrijo. Desde aquel pequeño agujero en el rodapié de madera que su madre había roído mucho tiempo atrás podía distinguir con sus ojos pequeños y muy negros entre la oscuridad el montón de muebles almacenados sin orden en el suelo de la habitación. Una mesa grande de madera maciza con una pata quebrada que yacía tumbada de lado, sillas caídas o a punto de hacerlo sobre ella, cuadros con figuras imposibles de reconocer,  libros deshojados, figuras de porcelana con la mirada perdida, relojes sin tiempo. Algo mas allá un aparador carcomido con los cajones apilados  en el suelo por los que asoman recuerdos, solo recuerdos, de un pasado limpio y reluciente: una mantelería de hilo embarrada por el moho, cubiertos de plata ensombrecida, algunas copas rotas de vidrio tallado con delicadeza y asomando por todos los lados de aquel cúmulo de pasado una lámpara enorme con miles de cristales que devolvía sucia, la poca luz que se filtraba por las rendijas de madera húmeda y deformada de una ventana que siempre estuvo orientada al norte.
Impaciente pero sin mover un solo músculo se encontraba  “Aquiles” un gato de pelo negro, brillante, capaz de trepar por las cortinas de terciopelo descolorido que colgaban de unas paredes oscuras y frías, esperando con tenacidad que huyera de aquel agujero, para perseguirlo por toda la habitación.
Tensó todos los pequeños músculos de su cuerpo, juntó el coraje necesario para luchar contra enemigos imposibles, y saltó hacia delante esperando llegar a la mesa antes que “Aquiles” pudiera reaccionar. Y cuando aquel gato aun estuviera intentando localizarle, él entraría por un hueco minúsculo bajo la mesa que ya conoce y saldría por el otro lado. De allí a la ventana tendría que pasar por debajo de los cajones del aparador y teniendo cuidado de no hacer ruido con los cubiertos, o malherirse con algún cristal roto tan solo había dos metros hasta llegar a las cortinas por las que treparía para la ventana donde hay una agujero que da al patio.
Un golpe seco le arrojó rodando contra uno de los cajones caídos y noto como una de sus patas traseras se quedaba enredada sin dejarle marchar. Sintió un dolor agudo que le recorría el cuerpo de lado a lado y vio como se levantaba del suelo con una servilleta de hilo colgando de su pata. Intento soltarse arqueando su cuerpo todo lo que podía y relajándolo después inmediatamente para volver a empezar mientras chillaba con todas su fuerzas intentando ahuyentar el enemigo y el dolor. Pero “Aquiles” sabia muy bien lo que tenia que hacer y espero con paciencia, sin soltar su presa, apretando las mandíbulas cuando notaba los convulsiones cada vez con menos fuerza.
Finalmente la servilleta se desengancho y casi abierta, empezó a caer mansamente hasta que "Aquiles" la sujeto con firmeza, entre las garras, contra el suelo de su habitación.

28 de diciembre de 2011

En París, todo es distinto.



En París todo es distinto. Hay una rama que llama con insistencia al cristal de la ventana. No sé porqué creo que eres tú y me acerco a ver como repite su llamada una y otra vez sin que acierte a comprender como puedes estar allí, fuera, llamando al cristal y tendida en nuestra cama.
Las dos desnudas, frágiles y fuertes a la vez, despojadas de hojas, de recuerdos, de  intenciones mas allá que la de volver a vivir esta noche, mañana, el próximo abril.  Estoy tentado de abrir y dejar que entre el árbol, me abracen sus ramas y me hagan cosquillas bajo la nariz. No hace falta. Noto como desde el suelo, se van enredando por entre mis piernas a lo largo de mi cuerpo, unas ramas delgadas y suaves que me acarician como dedos y me abrazan y me aprietan y sin dejarme pensar me arrastran de nuevo a la cama donde me envuelven, me besan y me hacen cosquillas debajo de la nariz.
Tú olor me devuelve de nuevo a tí y pienso que es cierto: en París, todo es distinto.

Historia de un naufragio



Fue sin querer
que descubrió su mirada
enorme y triste
al otro lado de él.
Ella
veía su rostro incrédulo
paseando despacio
por ese océano
de caras en el que ambos
navegaban
por el placer de navegar
y en medio del oleaje
como un puerto al abrigo
de otras medidas
como una isla borrada
de los mapas
se encontraban sus ojos
sin otra porque.
Y así andaban los dos
meciéndose a voluntad
de las mareas
con los brazos caídos
los pies sin tocar el suelo
la mente abierta
de par en par para mirar
indiferentes a todos
haciendo olas de espuma
suspiros de sal muy blanca
sobre las olas del mar.
Un día la perdió.
Él
No escucho esesoeses
ni la vio agitar los brazos
bajo la línea fina del cielo y
supuso que habría naufragado
en las aguas frías y negras
de algún mar sin nombre
de fondos marinos
sin coral ni adioses
ni alfombras de limo
cuajadas con estrellas
de mar.
Y no quiso saber mas.
Ella
sin embargo a veces llega
desde fondo del mar
como llegan los fantasmas
desde el pasado desprovistos
de afectos sin pedir nada
igual que hacia cada día
cuando se miraban
por entre la barrera
de mar y mundo
que los separaba
y se aferra con fuerza
a aquellos ojos que un día
sin querer había encontrado
navegando sin rumbo fijo
y que desde entonces quiere
como si fueran suyos.
Él
un día sintió como caía
la niebla espesa y
profunda de la desilusión
e hizo tocar la sirena
de su nave en clave de sol
para que supiera
que se encontraba por allí
y que esperaba o esperase
un abordaje sin concesiones
sin palabras ni treguas
ni tratados de cristal.
Pero no vio ninguna luz
ni oyó una campana
que anunciara otra vez
el regreso de las miradas tristes
la navegación a vaivén
el principio del mundo
una aguamarina de ella o
el confín de los mares de papel.
Cuando desapareció la niebla
se convenció que el único
naufrago
siempre
había
sido
él.

Sangre



La casa se le viene encima. Los recuerdos no llegan de uno en uno y pidiendo turno sino que entran en torrente, galopando desbocados todos a la vez y cada uno quiere ser el más importante y el más doloroso. En el cerebro los tritura y los convierte en una pasta viscosa y densa que solo él podrá segregar, para digerirlos después rápidamente en alguna parte de su cabeza que no llega a comprender. Después, por fin, los problemas llegan licuados al torrente sanguíneo para adquirir en las venas, de nuevo, su verdadera dimensión.
Le duele el pecho, esa arca que esconde un corazón siempre revolucionado, haciendo trabajar un millón de músculos que le tan solo le dejan respirar con cierta dificultad. Después llegara la falta total de aire en los pulmones, esa presión en la boca del estomago que le impide respirar el aire que necesita urgentemente y que a la fuerza, le asfixia muy despacio mientras él permanece consciente de lo que ocurre.  Luego llegaran las voces, unas voces que le insultan y se ríen de él hasta hacerle perder su dignidad.
Cada vez se reparte mas rápidamente por su cuerpo todo ese veneno que destila su cabeza. Cuando se callaran? Cuando le dejaran tranquilo? Tendrá que tomar medidas como la otra vez. Se dirige a la cocina y abre decidido un cajón donde guarda los cubiertos. Allí descubre la nota de papel azul que se dejo a si mismo antes de irse, cuando aún podía confiar en él: “No lo hagas. Pide ayuda”
Lee una y otra vez intentando descifrar ese mensaje que le inquieta cada vez mas mientras las voces no se callan y se ríen de él, de su inopia, de que cada vez se encuentre mas perdido, de que no sepa que hacer. A la mierda, a la mierda con todo. Toma el cuchillo mas grande que encuentra y como si quisiera asegurarse pasa suavemente el dedo por su filo. Nota un picor acido en la yema del dedo y mira asombrado como se abre la piel y la carne pálida que queda por debajo, hasta que aparece un hilo de sangre muy roja y oscura que se convierte en una gota, un reguero que empieza a bajar rápidamente sin control, por el dedo hasta su mano.
Aquella fuente mana a borbotones sangre con cada latido y lo hace cada vez mas deprisa, porque cada vez se encuentra mas agitado. Cuando llega al codo, el camino serpenteante y rojo que ha trazado aquella gota que se va formando continuamente, antes de caer al suelo, le traspasa los ojos y se aloja en su cerebro hasta que todo se tiñe de ese color caliente que le produce nauseas, le atenaza el pecho y la garganta y no le deja respirar.
Presiente su muerte sabe que va a morir si no lo remedia y esas voces siguen riéndose de él. Porque lo hacen? Porqué no se callan? Tiene que calmarse, tiene que pensar en una salida. Ya esta! Ya sabe lo que tiene que hacer! Porqué nadie le escucha? Porqué todos se
empeñan en que no sea feliz? Empieza muy despacio a cortarse el pecho. El cuchillo describe una línea muy fina que se va abriendo desde su hombro hasta el costado contrario. Apenas nota dolor. Solo la sensación entre fría y picante del acero recorriendo la piel y una tranquilidad que le anima a seguir. A medida que va abriéndose la herida de su cuerpo las voces se van callando. Ya nadie se ríe de él y el velo rojo que teñía sus ojos va desapareciendo. Todo vuelve a ser real. Los sonidos de la casa, los autos en la calle, un bebe llorando… ocupan ahora su cabeza y las luces y las sombras vuelven a tomar la habitación.
La claridad que entra por la ventana contrasta con la oscuridad del rincón que ocupa y un haz de sol, seguramente el ultimo de la tarde, se cuela por la ventana y se refleja en el cuchillo lleno de sangre que aun sujeta en su mano. Ni cuando se ve el cuerpo totalmente enrojecido le parece desagradable, al contrario es natural. El veneno fuera como debe ser. Empieza a sentir sueño, un sueño pesado que le cierra los ojos y le trae recuerdos agradables que sin duda se encontraban enterrados bajo esa sangre envenenada que no le dejaba vivir.
Esto es lo que quiere dormir. Dormir y no tener pesadillas, dormir y no oír voces, dormir , dormir, dormir y cada vez que repite en voz alta esta palabra se corta lo mas profundamente que puede las muñecas, mientras se va cambiando el cuchillo de mano. El ultimo corte es vago, impreciso. Por entre la carne abierta ve como los tendones rotos no le permiten cerrar los dedos con fuerza y el arma liberadora cae escupiendo gotas rojas por el suelo. Después la sangre lo inunda todo y siente un abrazo frío antes de dejarse caer.
Una niebla se pone en sus ojos y le impide ver con nitidez. Antes de cerrar los ojos y dejar que el sueño le invada, siente que por fin ha conquistado la paz y la tranquilidad. No hay miedo, ni lucha, ni desesperación. No oye las voces que le insultan ni que le dicen lo que tiene que hacer. No quiere nada, no desea nada. Tan solo siente un latido como un eco lejano que le acompaña y se hace cada vez mas lento. No siente el frío. Es consciente de que ya no le quedan latidos ni sangre dentro que le envenene y termina por dejar escapar el poco aire que aun tiene dentro, antes de caer en un profundo sueño.                 FIN

Cuatro fandangos y cuatro seguidillas

Fandangos

Por no decirte te quiero
porque sufro de vergüenza
por no decirte te quiero
he perdido la esperanza
y ahora sufro muerte lenta.

Yo pasaba por la vida
mirando para otro lado
yo pasaba por la vida
y una vez me basto verte
pa quedarme enamorado

Quererte no tiene premio
ni futuro ni sentido
quererte no tiene premio
yo no dejo de quererte
por mas que te haya mentido

Si dios me oye que me lleve
lejos lo mas lejos de ti
si dios me oye que me lleve
no quiero vivir la vida
si no puedo quererte a ti


Seguidillas

En mi familia es costumbre
querernos toda la noche
hasta que no hay mas lumbre

Tanto fingo que te quiero
que ni yo mismo comprendo
como vivo y no me muero

Te via contar una pena:
no he dejado de quererte
entre luna y luna llena

Tu sabes porque lo digo:
si tengo que buscar casa
prefiero que sea tu ombligo.