23 de septiembre de 2009

RODRIGO

Me mira fijamente por detrás de sus gafas de sol y me desafía con ese gesto. La boca apretada, las mangas de la camiseta subida, una gorra del revés y los brazos cruzados bajo el pecho. Esta preparado para defenderse. Para atacar y defenderse.
Tengo una fotografía suya de cuando era pequeño. De cuando los ojos, los suyos y los míos, miraban juntos hacia delante. Un futuro mucho más cercano de lo que parecía. De cuando su carita me hacia muecas y jugábamos los dos a mil cosas diferentes.
Si el era pirata yo también. Y con pata de palo. Y tuerto de un ojo si hacia falta. Si disparaba su pistola de agua o de balas o de rayos, al otro lado siempre estaba yo intentando escapar o haciendo figuras imposibles para que no me tocaran ni uno solo de sus proyectiles de ficción. Y si conducíamos en coche yo siempre de copiloto vigilando para que no se saliera del asiento porque no llevábamos casco ni cinturones de seguridad y rebasábamos todos los límites que podíamos imaginar.
Por las noches nos acostábamos juntos. Unas veces leíamos y otras era yo el que inventaba una historia fantástica que terminaba por llevarle hasta el sueño. Otras veces la inventaba él y me dormía yo. Y así todos los días. Creamos un mundo diferente, ilegitimo y fantástico a su medida, donde cabíamos los dos.
Luego creció. Fueron años en los que cogió carrerilla y distancia. Sus propios amigos, sus propios juegos, todo nuevo. Y poco a poco iba sustituyendo lo que yo le había propuesto por lo que el encontraba. Como debe ser. Yo seguía de copiloto-polizón vigilando que no se hiciera daño.
Y ahora noto que poco a poco me va empujando de su nuevo mundo porque ya no tengo cabida en él. No me quejo pero ahora empiezo a sentir todos los dolores que antes no había sentido: me duelen los ojos de querer verle más allá. Y la pierna de palo porque se me olvido cambiarla cuando acabamos los juegos… y así se quedo. Y la espalda también me duele de todas aquellas figuras imposibles que tuve que hacer para que no me rozaran las balas que disparaba desde… y el alma, de jugarme la vida día a día en aquel coche sin ninguna seguridad.
Él dice que ya no entiendo nada. Que el mundo no es lo que yo digo sino lo que el sabe. Que no se juzgar a las personas, que estoy perdido, que conmigo no se puede hablar... Que me hago viejo, que no tengo remedio.
Pero lo que de verdad me hago, son preguntas. Y yo que había decidido no hacerme preguntas porque no quería saber las respuestas, siento como cada una de sus afirmaciones, cada una de las protestas de las críticas de los reproches que dispara contra mí con mucha más puntería que cuando era pequeño, me alcanzan y consiguen lesionarme. Debe ser que ni me doblo ni me escondo como antes.
Y además las respuestas al parecer, las tiene todas él. Mejor.

3 de septiembre de 2009

LA MUERTE TIENE SUS PROPIOS PLANES

Abro la ventana…
el mundo a mis pies me espera
con los brazos abiertos
para que lo tome,
para que lo saboree...
Me seduce la idea
de su abrazo intimo, cálido,
de hembra amante
casi sexual.
No lo pienso mas.
Mientras caigo, lloro de felicidad.


I)
Puedo decir que la sensación es… fascinante. Dejas de sentir el peso de tu propio cuerpo sobre los pies y el peso del resto del mundo sobre ti. Podría haber dejado los ojos abiertos y ver como en pocos instantes me alejaba de la ventana hasta llegar al suelo. Hubiera sentido el vértigo de la velocidad que iba tomando, el viento cada vez mas frío en las manos y la cara. Pero preferí tener los ojos cerrados y lo que recuerdo es una calma que me lleno por completo. Después el poco miedo que aun tenia en esos momentos y las ganas de llorar que me producía esa paz.
El ultimo pensamiento que recuerdo es el de preguntarme como es que no había sentido nada igual en toda mi vida. No es cierto. Aun recuerdo algo mas. Una tremenda sacudida que rápidamente se tradujo en un horrible dolor por todo el cuerpo especialmente en la cabeza, el pecho y en un tobillo, el izquierdo creo. O quizá fuera la muñeca. No podía abrir los ojos, no podía decir una palabra no podía moverme y sin embargo era capaz respirar. Respiraba raro, sin ritmo pero lo hacia y sentí que la vida era una puta y yo era su cabrón.
Luego recuerdo oír gente a mi alrededor, llegando con urgencia y diciéndome a gritos o al oído que no debía preocuparme que una ambulancia llegaría enseguida. También recuerdo a alguien pidiendo un medico y a una mujer sollozando, y a un idiota recitando como un mantra algo sobre dios. Después recuerdo como el frío se empezó a apoderar de mí. Desde mis extremidades lenta y tenazmente hacia mi interior. Un frió incomodo que me rompe la poca calma que aun queda en mi. Es el único momento que sentí algo de miedo. El frío se me antojaba la muerte llegando con prisas. Despues alguien me limpia por dentro la boca y la garganta, retira dos dientes rotos que dan vueltas alrededor de mi lengua y sin el sabor pastoso y salado de la sangre siento como el aire llega de nuevo a mis pulmones. Este exceso terminó por hacerme desfallecer. Y ya no recuerdo más. Luego supe que había estado dos meses y medio mas muerto que vivo. La vida aún ganaba por goleada.

II)
Desperté en una sala de hospital con poca luz y poco ruido y un elevado numero de médicos y enfermeras circulando sin parar. Pude abrir un ojo. El único que me quedaba y tarde cerca de diez minutos en hacerme una idea de la situación. Luego se acerco ella y me sonrió muy dulce antes de decirme: “Buenos días. ¿Cómo has dormido hoy?” Que rica. Si hubiese podido me hubiera reído.
En los días siguientes aun sin habérselo pedido se encargó de ponerme al corriente de mi vida en el hospital. Las múltiples fracturas: dos vértebras, cuatro huesos difíciles de pronunciar, cinco fisuras…daños internos en el hígado, el páncreas los pulmones… y la pérdida del ojo derecho. Tres dientes, un colmillo, dos muelas casi tres litros de sangre y el pelo al cero regalo de la casa. Siempre que numeraba las lesiones que me había producido terminaba por decirme lo del pelo como si fuera una gracia y yo tuviera que reírme y de paso no sentirme tan mal. Siempre he creído que me cortaron el pelo por joder.
También se encargo de que supiera exactamente como iba mi recuperación, quienes eran los doctores que me atendían los cuidados que me procuraba y como iba mejorando día a día. Pues que bien. Y luego dicen que no funciona la seguridad social.
Tenía el turno de mañana fijo y me despertaba después de comprobar mis gráficos de la noche anterior. Luego me aseaba lo que incluía una limpieza integral arriba, abajo, delante y detrás. Curas, cremas, pastillas, inyecciones, pijama limpio y desayuno. Todo preciso, meticuloso, exacto. Cuando acababa la miraba con el ojo que me quedaba y pensaba (aun no podía hablar) que solo la faltaba echarse en la cama a mi lado. Si lo hubiera hecho un solo día, habría creído en la brujería. Y al acabar me decía: “Falta un día menos para que te vayas y me dejes sola”
A veces mientras me afeitaba cogía mi cara con su mano de dedos largos, frescos, delicados y yo con los ojos cerrados recordaba la paz que había sentido en el vacío semanas atrás. Únicamente se oía la cuhilla cortando despacio, muy despacio, casi pelo a pelo la barba crecida de dos o tres días. Me hacia sentir bien y desearla. No. Me hacia desearla y eso me hacia sentir bien.
Así estuve otro mes mas. Fui mejorando de mis heridas, sintiéndome cada vez mejor. Las fracturas habían curado casi todas y las heridas internas mejoraban rápidamente. Empezaba a tomar algún que otro alimento sólido y podía articular sonidos como: “si”, “no”, “humm” o “eh” y otros parecidos. Un día después de la visita medica a media mañana mi enfermera favorita se acerco y plantándome dos besos en la cara me dijo: “Felicidades, lo has conseguido. Te vas a planta”. Empecé a llorar por mi único ojo de rabia. Era la segunda vez que fallaba. Rápido me seco las lagrimas con sus dedos diciendo: “No te preocupes. Volveremos a vernos alguna vez.”

III)
Las siguientes semanas transcurrieron tranquilas. Al pasar a una habitación y desconectarme de casi todos los aparatos a los que vivía unido empecé una nueva vida. Ironías de la vida. Únicamente permanecí unido a una bomba que regularmente me suministraba los medicamentos que aun necesitaba. La sonda y su maldita bolsa habían desparecido cuando – nunca supe su nombre – me cogió la virilidad con una mano y con la otra mano tiro decidida y suavemente de la goma que me llegaba tan dentro.
Supongo que por el placer de pensar que iba a liberarme de aquello y porque la naturaleza no entiende de vergüenzas aquella manipulación me produjo un principio de erección que rápidamente tuve que abortar mirando fijamente a la bolsa y pensando en que hubiera podio llevarla toda la vida de paseo. Mano de santo aunque ella se dio cuenta y esbozo una sonrisa agradable sin dejar de hacer lo que estaba haciendo hasta que termino. Instantes después me dieron unas enormes ganas de abrazarla y besarla y enseguida note que volvía la erección. Mire la bolsa por ultima vez y curiosamente no me bajo la libido. Recuerdo que fue exactamente al revés.
Los primeros días utilice unas muletas, mas por los mareos que me producían los desplazamientos que por necesidad pues rápidamente pase a utilizar un único apoyo, un bastón ortopédico con cuatro terminaciones que junto a aquel pijama descolorido y mi turbante que tapaba el ojo y el oído perdidos me procuraba un aire extraño como de ingles mods, cuando paseaba por los pasillos. Éramos tantos en aquella sala de traumatología y unen tanto las heridas que finalmente terminé por hacer amigos. Congenie con otros cuatro tipos que como yo no parecían tener el menor apego a la vida.
Germán, vigilante nocturno en unos almacenes, casado, dos niñas. Bebedor compulsivo. En recuperación de un accidente de trafico por “ir un poco bebido” según el. Según la Guardia Civil, desde ese día encargaron detectores de alcoholemia de mayor rango. El guardia que le detuvo se hizo fotos con él, por hacerle ganar una porra sobre quien detenía al conductor mas bebido.
Jose Maria, socorrista de piscina. Soltero. Solo le gusta follar. Dice conocer mas de quinientas mujeres, que las quiere a todas y que a todas las conoce por dentro. El Chino dice que será por debajo. Solo sale los viernes y los sábados. El resto de los días entrena en el gimnasio. No quiere decirnos porque esta ingresado.
El Chino, algo le inquieta. Casado, un hijo. Se tuvo que operar de hernia discal después de que un acupuntor le terminara de descolocar el disco mientras le decía que tenía un nudo de fibras e intentara curarle con masajes y agujas. Se quedo tirado sin poder moverse un día en una estación del metro. Al recogerlo el 112 como solo podía estar en posición fetal decidieron transportarle a la ambulancia sentado en una silla del jefe de estación colocada encima de la camilla. Así subieron las escaleras y le llevaron por los pasillos. A pesar del dolor iba saludando con la mano como si fuera en el papamóvil. Una mujer ante el desconcierto de la escena se arrodillo y se santiguo a su paso. El Chino le devolvió el saludo haciendo la señal de la cruz con la mano y diciendo en voz alta: “Ego te absolvo…” Todo el mundo le llama chino. Nadie sabe porque.
Juan Carlos, divorciado dos veces. La ultima por voluntad propia al enterarse de que tenía aquella enfermedad que le obligaría a visitar el hospital cada ocho o diez meses para recomponer su espalda que se iba deformando irremediablemente. Su abuelo, su padre, dos hermanos y dos hijos habían muerto de lo mismo.
Y yo Angel, me diagnosticaron una esquizofrenia o paranoia o algo parecido hace tiempo. El caso es que de vez en cuando tengo la lucidez suficiente para saber que voy a ser más feliz muerto que vivo. Llevo dos intentos de suicidio. Mi psiquiatra dice que estoy empeorando.
La primera vez decidí asfixiarme con el gas de la cocina. Mi vecino al salir a tirar los pañales de la niña olió (tiene cojones) el gas y me “salvo” llamando a la policía. La última vez hace unos cuatro meses. No pude evitar tirarme por la ventana. Algo me decía que seria feliz, lo que siempre hemos querido los cinco.
Hemos formado una especie de asociación, una hermandad o secta o como se le quiera llamar. Son esos tipos de simbiosis que se dan de vez en cuando y funcionan bien. Aquí dentro, cada uno de nosotros seria capaz de mentir, engañar o robar y si nos ponen a prueba creo que incluso podríamos matar. No le tenemos gran apego a nuestra vida y algunas otras no creo que merezcan la pena.
Guardamos las pastillas para cambiárnoslas. Los médicos se empeñan en dosis para curarnos y nosotros queremos dosis para ser felices. Germán quiere unos relajantes musculares que le producen el mismo efecto que la bebida. José Maria las regala todas. Dice que su cuerpo es un templo. El templo del placer según Juan Carlos. A mi me dan ansiolíticos y litio. Yo se las doy al Chino. Dice que las revende en la planta de psiquiatría, que esta ahorrando para irse algún día a Cuba. Solo ida. Desde luego algo le inquieta.
Pasamos los días escondidos de las enfermeras que nos persiguen empeñadas en hacernos pruebas, tomarnos la tensión o la temperatura y curarnos las heridas. Nos cambiamos de planta, nos escondemos en las escaleras de emergencia o subimos a la azotea por una entrada a través de los conductos del aire que únicamente conocemos lo enfermos. Al juntarnos hablamos de nosotros tal y como somos. En carne viva. No nos mentimos como mentimos al medico cuando nos pregunta desde cuando nos duele ni a la familia o los amigos que nos visitan diciendo que tampoco habíamos fumado y que nos sentimos mucho mejor que ayer. Y que si seguimos así el fin de semana no porque no dan altas pero la próxima semana seguro que nos mandan a casa. Mentira. Todo una puta mentira.
Casi todos estamos de acuerdo en que quitando las comidas sin sal, el hospital es un buen sitio si sabes montártelo. Si tienes cuidado de que no te pillen y eres capaz de retrasar todo lo posible el alta medica puedes vivir como dios. Conozco al menos un par de tipos en mi ala que han terminado liándose con enfermeras. A uno de ello a diario viene a buscarle su enfermera y se lo lleva para hacerle una radiografía justo cuarenta minutos entre ir y volver. Ya le hemos dicho que una radiografía diaria no hay quien la aguante. El Chino dice que igual es una “mamografía” lo que le hace. Germán dijo que eso se lo hacia su mujer y que era para detectar bultos en el pecho. Ya le dije: “Germán, cuídate. El alcohol te esta destruyendo el cerebro también”.
Yo por mi parte recuerdo a veces mi enfermera de la UVI, si hubiéramos estado mas tiempo juntos… quien sabe. El mejor momento del día es por la noche. Justo después de cenar y de que se vayan las visitas se produce un momento mágico que coincide con el cambio de turno y en el que nos quedamos prácticamente solos. La vida se pone boca abajo. Salen de sus escondites los paquetes de tabaco que a partir de ese instante vuelven a vivir en los bolsillos de los pijamas descoloridos y dados de si. También las botellas de vino de tamaño pequeño aparecen de quien sabe donde para tomar protagonismo. Y las barajas y los dados. Hay que verlo. Es ese momento de anarquía hospitalaria donde se inician las timbas de tute, julepe o subastao que duraran al menos hasta las tres de la mañana, acompañadas por el ritmo acompasado y frenético de los dados en el cubilete que terminan por rodar en cualquier sitio. Ya quisieran muchos casinos de pueblo tener la vida en verano que tiene cualquier noche, este hospital.
Se ocupan las salas de visita, todas las escaleras e incluso algunas habitaciones cuyos enfermos no pueden salir. Cualquier sitio es bueno. Otro mundo. Las enfermeras procuran hacer la vista gorda porque saben que es imposible vivir aquí dentro de otra manera. Incluso se quejan bajito cuando hay un humo excesivo o alguno las pellizca el culo o les soba los muslos que de todo hay. Cada uno se juega lo que tiene. Unos algo de dinero. Otros la fruta que les trae la familia o los chocolates de parientes y amigos. Los hay que juegan al mus con pastillas como amarracos y hasta uno quiso jugarse el privilegio de tener una habitación individual. Así durante cuatro o cinco horas todos los días.
Nosotros solemos jugar al mus. Juan Carlos y yo y Germán y el Chino de parejas casi fijas. José Maria apenas sabe jugar pero sabe mirar y no decir nada. No de todos se puede decir lo mismo. Nos jugamos el café de media mañana del día siguiente y allí junto a la maquina hablamos de que tendremos que repetir esto cuando salgamos de aquí, cuando todos estemos fuera y recordemos esta mierda. Intención no nos falta, voluntad si. Todos sabemos que no volveremos a vernos. En poco tiempo únicamente seremos recuerdos los unos para los otros. Eso si buenos recuerdos. Yo prometo acordarme de todos ellos la próxima vez que intente suicidarme.

IV)
- Ponme otro.
- ¿No vas muy rápido? – Al otro lado de la barra una preciosa joven pelirroja de labios carnosos y ojos verdes trataba de ser amable conmigo. Una camiseta de tirantes con escote de infarto, el pelo suelto, la voz agradable... pero no tenía el día para bobadas. –
- Espera no me lo digas. En vez de entrar en un club de putas estoy en Alcohólicos Anónimos. – la conteste todo lo borde que pude –
- Anda y que te follen, gilipollas. A ver si te ahogas. – me dijo mientras me ponía otro Tom Collins –
- No me des ideas – respondí –
En ese momento se sentó a mi lado el único amigo que me quedaba.
- No seas borde Angel – me espeto a modo de saludo –
- Joder Chino que alegría verte. ¿Cuánto hace? ¿Seis meses?– Me gire y nos abrazamos un instante mientras confirme – ¿Cerveza verdad?
- Si, eso es, como siempre.
- Lo tienes? – le pregunte con curiosidad –
- Si lo tengo. ¿Lo quieres ahora? – contesto sin mirarme-
- No, luego. Vamos a beber – le dije saboreando la ginebra –¿Sabes que Juan Carlos…
- Si, y Germán también. Mala suerte. Brindo por ellos. – Y acerco la cerveza hasta hacerla sonar con mi vaso. – ¿Como te va?
Cabron de Chino, como si no lo supiera. De cualquier forma agradecí el que preguntara.
- Todo controlado. ¿Y tú?
- No me quejo. No tengo trabajo, me tuve que ir de casa y la familia dice no conocerme. – lo dijo mas como una confirmación que como un lamento. -
- Joder, si lo se no te pregunto. – tuve que hablarle de mi para no sentirme tan mal – Ya no voy al psiquiatra. Ni tomo pastillas.
- Lo tienes claro, ¿verdad? – me contesto haciendo una mueca para indicarme que conocía la respuesta -
- Si Chino, si. Desde hace mucho tiempo. –respondí a pesar de todo y para que supiera que no tenia ni una sola duda – ¿Te acordaras alguna vez de mi?
- Supongo que alguna vez. Pero no quiero prometerte nada. – dijo frío –
- Ve a por ella Chino. Te espero aquí. Esta noche me vendrá bien beber algo.
- Tardare una hora. No quería llevarla encima. Ya sabes por si decidías… otra cosa. Te la dejare en el coche. No quiero dártela en mano.
Nos abrazamos rápido y sale despacio. Cojea. Mal asunto lo de su hernia.
Otra vez me quedo solo. Ojala no tuviera que hacerlo. Pegarme un tiro no es algo que me agrade.
- No he podido evitar oír la conversación con tu amigo. ¿Otra copa? – Ahora aquella mujer que me miraba desde el otro lado de la barra como si me mirase desde el otro lado de la vida me pareció mas guapa, mas atractiva que antes –
- No importa. Ponme otro y toma tu lo que quieras. Oye siento lo de antes – le dije embobado sin dejar de mirarla a los ojos y fijándome en el resto de su cuerpo–
- Es igual. Te entiendo. Hoy es un día duro, Ángel.
- Si por suerte hay noche – no se porque dije eso pero enseguida me vino a la memoria las noches del hospital y Germán y Juan Carlos…- ¿A que hora sales - ¡Ojala sea pronto! ¿Cómo sabe mi nombre?
- No antes de las tres. – respondió aguantando mi mirada –
- – lo diría el Chino. -No se si tengo tanto tiempo.
- Tira el reloj. – dijo rápidamente –
- Me acorde de mi enfermera de la UVI. Supe que al igual que ella nunca sabría el nombre de la mujer que tenia delante. Es igual. El tiempo seguirá pasando – sentencie –.
- No te preocupes por eso. – me dijo mientras me cogía la mano con ternura - El tuyo y el mío, ya no pasara.
Empecé a sentir un frío intenso, penetrante que desde sus dedos largos, frescos y delicados me iba robando la vida a medida que me abrazaba por dentro cada vez con más fuerza, mostrándome todo su amor hasta quemarme el corazón.
Mientras moría rompí a llorar de felicidad y solo pensaba en no soltar su mano.


FIN