31 de octubre de 2010

EL ALMA DE UN MINERO

Jorge no pudo evitar un escalofrío, cuando por fin llego. Si se lo hubieran dicho, si tan solo se lo hubieran insinuado… habría jurado, habría luchado hasta caer desfallecido o habría matado pero bajar al fondo de una mina… nunca.

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La idea fue de Rosa (en realidad se llamara Rosario pero él pensó que Rosa era mas lindo y ya siempre la llamo así): “y que podemos hacer – le dijo – allí habrá alguna oportunidad para nosotros”. Jorge no lo pensó dos veces. La fé en el buen juicio de Rosa hizo que unas semanas mas tarde toda la familia se asentara en un pueblo a las afueras de la mina San Cosme en pleno desierto.

Encontraron una habitación en un cobertizo a punto de derrumbarse que se llevaría el sesenta por ciento de su jornal. Jorge midió cinco zancadas por casi cuatro mientras comentaba en voz alta la suerte que habían tenido, mucha suerte, porque la puerta tenia cerradura y los cristales de la ventana estaban casi todos enteros. Los rotos, los arreglaría él para que no pasaran frío. Dos jergones viejos pero limpios - cosas de Rosa – hacían las veces de cama. En el mas pequeño dormían los dos chicos y en el otro algo mas grande ellos y la niña pequeña.

Bajo la ventana, un hornillo de gas sobre un mueble viejo y muy viejo servia como alacena para los pocos alimentos que guardaban. En el estante de arriba, algo de azúcar, algo de sal y un poco de harina. El de abajo, estaba reservado para dos ollas viejas y algunas cucarachas que junto a otros bichos, corrían a esconderse sin tener donde, cuando se habría la puerta. Una cajita de cartón guardaba tres cucharas y dos tenedores con formas y tamaños incomparables.

Una mesa y cuatro sillas desiguales, tres clavos en la pared para colgar la ropa y un vaso como jarrón, donde aparecían, a veces, al mediodía – otra vez Rosa – unas flores frescas que apenas duraban unas horas con vida era todo lo demás. Y una vela que se erguía vieja y sucia dentro de una lata oxidada. El agua para cocinar, para lavar, para el aseo, en un grifo fuera de la casa compartido con algún que otro perro que se acercaba mas por hambre que por sed hasta las casas de aquel pueblo. Allí espero.

Fueron días de miedo y desesperación. De saber que estaría mas cerca de la muerte que de la vida, días de llorar y gritar y maldecir. De rabia contenida para no darse de cabeza contra las paredes. Días que pasaba, intentando imaginar las formas que después, tendrían las nubes por encima de él. Y días rebuscando por la cabeza como un mendigo en la basura, los rostros de los niños y de Rosa para que le ayudasen. Aquellas caras jugaban dentro de él, yendo hacia un lado, hacia el otro y en ningún momento paraban lo suficiente para dejarle fijar la atención y soñar su vida con ellos. Y eso le volvía loco.

La noche antes de bajar por primera vez a la mina, no pudo dormir. Se levanto con cuidado para no despertar a nadie y fue a sentarse a un rincón detrás de la puerta, en cuclillas, arropado por una manta pasada que servia de poncho. Allí a oscuras encendió medio cigarrillo que aún tenia guardado en el bolsillo de la camisa. Llegaban a su cabeza al galope los mismos miedos y terrores que le habían sacudió desde niño.

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El padrecito Rafael sabia mucho de todo pero especialmente sabia mucho del infierno. Sabia con seguridad que todas las almas acabarían allí, porque ninguna cumplía con la ley de Dios a conciencia. Sabia que nadie iba a librarse de Satanás ni de su legión de diablos que vagaban por los infiernos y que según el padrecito eran todo aquello que estaba bajo el cielo.

Satanás vivía disfrazado entre los hombres siempre a la espera de una ocasión para hacernos dudar, para equivocarnos y robar nuestras almas que entre gritos de horror y miedo vivirían en los infiernos, bajo tierra, por siempre jamás. Toda la eternidad. Jorge con tan solo seis años había imaginado una y mil veces ese infierno. Imaginaba sollozando las almas de los hombres que ardían entre gritos mientras vagaban erráticos, llorando sin consuelo por túneles interminables y pasadizos fétidos, pidiendo perdón por sus pecados. Los diablos vigilaban por todas partes que no hubiera una salida para escapar. Jorge lloraba y respiraba aquel olor a carne quemada y grababa en su memoria aquellas visiones que le acompañarían toda la vida.

El cigarrillo, como si fuera parte de aquel terrible infierno le quemo los dedos y sobresaltado volvió a la realidad. Rosa medio incorporada en el jergón le miraba fijamente sabiendo lo que pasaba por su cabeza.

- Sabes Rosario…

- No Jorge. No sé. No quiero que dudes ni que pienses. Aquí no cabe el desanimo ni el miedo ni el futuro o la esperanza. Cabe únicamente hoy. No cabe nada mas.

- Lo que tu digas Rosa.

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Jorge no pudo evitar un escalofrío cuando por fin llego al fondo de la mina. Sus ojos terminaron por acostumbrarse a la oscuridad y pudo reconocer algunas de las caras que ya estaban trabajando. Ninguno hizo intención de hablar y tras una rápida mirada, todos siguieron con su tarea.

A lo lejos un resplandor rojizo y unos gritos aterradores de dolor llegaron rebotando por entre las paredes. Sintió como el corazón se desbocaba y creyó que la cabeza iba a reventarle de tensión. El fuerte olor a azufre y el calor asfixiante que rápidamente llegaron desde el fondo acompañando a la figura reconocible del padrecito Rafael, hizo que finalmente comprendiera porque había bajado a la mina y empezó a llorar y gritar de miedo mientras un par de diablos se situaban a su espalda y le tapaban la salida. Luego corrió todo lo que pudo intentando huir, por las galerías de aquella catacumba, entre miradas atónitas y llenas de incomprensión hasta que finalmente desapareció y nadie volvió a verle nunca mas.

Rosario nunca pidió recuperar el cuerpo de Jorge. Al fin y al cabo, a Rosa, le daba igual que Jorge estuviera enterrado en uno u otro infierno porque un alma que él robaba, siempre era una gran victoria. Fue lo primero que pensó cuando Dios le arrojo de su lado.

26 de octubre de 2010

EL FINAL DE LOS CROW

Hace tres lunas,

la noche invitaba a la danza

de mil hombres (acaso hay mas?)

alrededor del fuego.

Los ojos de sus guerreros

veían nacer estrellas en el río,

que luego morían de luz

con la llegada del día.

Las mujeres se lavaban

y cuidaban el cabello

para recibir en la madrugada

el cuerpo sudoroso y caliente

del guerrero

y así engendrar hijos

para el pueblo mas fuerte

que nunca ocupo la pradera.

Los caballos dormían

con los dos ojos cerrados

y los perros perdían el tiempo

ladrando por costumbre a la luna.

Hasta el hermano bisonte

se acercaba a “Garra de águila”

en sueños, para contarle al oído

donde estarían el día de caza.

Hace tres lunas, Appy-Nckata

cantaba una canción que le enseñó

el padre de su madre

y golpeaba el tambor

de piel de ciervo

junto a sus hermanos crow.

Pero hoy los mocasines de su pueblo,

no levantan polvo.

No se oyen los gritos de los jóvenes

entre los juncos y los caballos

desaparecieron aterrados por no beber

el agua roja del río.

El bisonte huyó en estampida

de las praderas que habitaba

y ahora los chacales y los coyotes

buscan entre una humareda

espesa y oscura

que no deja ver el sol.

Y huele a muerte quemada.

Hace tres lunas

que vaga solo y sabe

que se acerca su final.

Le gustaría ver el nacimiento

de una ultima estrella

y cantar como el padre de su madre le enseño

pero le arrancaron los ojos y la lengua

en la misma lucha cruel que acabo con su pueblo.

“Quien me subirá al tálamo mortal

y me pondrá el tomahawk

entre las manos que me permita luchar

en este ultimo viaje?

Quien me llorara y gritara por mi

hasta que acuda el Gran Espíritu

a buscarme?

Si mis pensamientos se oyesen

le pediría al hermano oso

que me abrazara y comiera mi corazón

para crecer dentro de él

y no tener miedo.

Pero temo que los Pawne

también puedan oírlos

y dejen de celebrar su victoria

para volver a buscarme”.

Cuando los primeros chacales

le muerden con furia,

se alegra de no tener ojos,

y cuando cae al suelo,

el ultimo hombre,

se alegra de no tener lengua.

21 de octubre de 2010

If...

Si fuera una flor,

tendría miedo

de que cualquiera me arrancase

de la realidad.

Si fuera un animal,

acecharía en la sombra

para matar de miedo.

Si fuera un color,

seria frío para andar abrazado

y andaría abrazado

para ser calido.

Si fuera una cualidad,

me sorprendería.

Si fuera un sonido,

sonaría como el eco

y con una vez que lo dijera

seria suficiente.

16 de octubre de 2010

LA MUERTE DE UN POETA

Sacude el viento

tiempos y caminos

y borra tus huellas…

poeta.

Lastima que mueran los poetas

y veamos morir con ellos

las palabras que les hicieron soñar.

Un dios mira desde algún sitio al poeta

y ordena al viento que sople

y se lleve por los aires

todas las letras que encuentre.

Y el poeta guiña los ojos

y se sacude el polvo de la cara:

“es el viento que juega” piensa

y mientra ve pasar a su lado

un torbellino de versos descolocados,

pierde el tiempo pensando

en domesticar ese viento

y volver a ordenar las letras

para que sean otras palabras

y las palabras para que sean otros versos

y los versos sean viento

que aviven las ideas

y los vientos tempestades

que se lleven las hojas muertas.

Y luego se deja querer

y hace lo mismo con el mar

y con las olas

y después con el fuego hambriento

de vida nueva

y luego con las personas

hambrientas de fuego

y así este poeta loco,

echo de sombras

nos va descolocando

sin prisa

a cada uno en su sitio.

Una huella, es un hilo invisible en la vida,

una mano, un funcionario de nuestra boca,

una cabeza, el país de la sin razón

una idea, una revolución en marcha

un verso, es una herida en un poema

un poema es el viento

que se vuelve tempestad

que juega con las olas

que alimenta el fuego

y que huye silbando

y vive mas que los palacios encantados,

y mas que todos los hijos de hijos

engendrados con su amor,

y siempre mas que el propio poeta.

Lastima que veamos morir las palabras

que hicieron soñar a los poetas.

Sacude el viento

tiempos y caminos

y besa tus huellas…

11 de octubre de 2010

Sueños

A vos confío mis sórdidos amores

pues hacéis gala de conocer

las sorpresas que como embajadores

nos producen sonrojos y temores

cuando los sueños nos vienen a ver.

Más si son con doncella

y sus ropajes de fina seda,

hacen en mi gusto mella

y soñando una y otra vez con ella,

prendida mi alma queda.

Luego de rendido, muerto soy

ya no vivo ni lucho

como alma en pena voy

como hombre pena doy

y se que no valgo mucho.

Pero ya entiendo que la cabeza

de noche vive su locura

e igual ríe con nobleza

que gusta de la pobreza

u ofende a dios y en vano jura.

Mas de todos los pecados

que por dentro la testa tiene,

es el del placer a la verdad robado

cuando el tiempo no ha pasado

y despertando a los ojos viene.

Ahí se confunden sueño, verdad y dama

y encuentras en tu cuerpo la huella

de lucha loca en una cama

que te dice que tu ama,

aquella noche dejo de ser doncella.

6 de octubre de 2010

MARILYN

Que sola te siento

muñeca rubia de trapo.

Encerrada en una vida

que te aprieta y atenaza

como los dedos de un hombre,

de todos los hombres

que pasaron por tus puentes

bellos o feos a la espera

de una pirueta mortal

mientras gritas socorro

una, dos, tres veces,

desde lo mas alto de ti misma

y cierras los ojos

para que tu cuerpo

haga vaivén

entre la vida y tu vida de verdad.

Esa que quieres matar

a los ojos del mundo

y la que el mundo espera ver.

Que sola estas

muñeca rubia de trapo.