En París todo es distinto. Hay una rama que llama con insistencia al cristal de la ventana. No sé porqué creo que eres tú y me acerco a ver como repite su llamada una y otra vez sin que acierte a comprender como puedes estar allí, fuera, llamando al cristal y tendida en nuestra cama.
Las dos desnudas, frágiles y fuertes a la vez, despojadas de hojas, de recuerdos, de intenciones mas allá que la de volver a vivir esta noche, mañana, el próximo abril. Estoy tentado de abrir y dejar que entre el árbol, me abracen sus ramas y me hagan cosquillas bajo la nariz. No hace falta. Noto como desde el suelo, se van enredando por entre mis piernas a lo largo de mi cuerpo, unas ramas delgadas y suaves que me acarician como dedos y me abrazan y me aprietan y sin dejarme pensar me arrastran de nuevo a la cama donde me envuelven, me besan y me hacen cosquillas debajo de la nariz.
Tú olor me devuelve de nuevo a tí y pienso que es cierto: en París, todo es distinto.