26 de mayo de 2009

VIAJE AL INFINITO (basado en hechos reales)

Primero viniste a casa. A la terraza que da al oeste. Un inmenso terreno cuajado de arbustos y árboles recién plantados. Girabas la cabeza de un lado a otro y procurabas fijar la vista en algún punto, sin conseguirlo. Se notaba que era demasiado espacio para ti. Entonces empezaste a jugar con los gatitos pequeños que se acomodaban por tus pies. A uno lo acariciabas, a otro le miraste fijamente para recriminarle la envidia y los arañazos suaves en los tobillos. Finalmente dejaste que te mordiera los dedos de la mano mientras te quejabas de broma.
Otro día fuimos al mar. A mi casa de la playa a orillas de un hermoso mar particular que incluía como si fuera una postal una ballena varada, con su geiser perpetuo. Recorrimos la orilla bajo la luz del mediodía, despacio sin dejar que el agua nos mojara. No se porqué. Supongo que hay misterios que no quieres enseñarme. Luego nos sentamos y hundimos los pies en la arena. Y empecé a leer. En ti y a ti. Tu te reías abiertamente por los juegos de palabras, por las palabras y porque las ideas que guardaban las palabras te hacían cosquillas el los oídos. Mientras reías comprendí que te gustaba lo que decía.
Ayer volamos hasta las tierras altas. Casi dos mil hectáreas hacia el oeste. Mientras el piloto por radio iba ejerciendo de guía para que viéramos a izquierda y derecha los principales atractivos del viaje, nosotros fuimos recuperando las viejas conversaciones que siempre nos gustaron. Todo el día estuvimos recorriendo los caminos y senderos y todo el día seguimos hablando. Y estabas feliz de poder hablarme.
De vuelta, quedamos para comer cualquier día. Esta vez iremos a un sito pequeño para que las palabras que nos digamos, esas que los espacios grandes y vacíos difuminan en los primeros instantes, salten entre las paredes y podamos oírnoslas una y otra vez.
Después compartiremos el postre, y yo imaginare un viaje cercano con cara de gatito juguetón cruzando por debajo de la mesa, y mordiendo suavemente tus tobillos viajeros enterrados en la arena, mientras me sigues hablando para que lea en tus labios, las palabras de este ultimo viaje que aun no hemos iniciado.

e.gamella
may/09

21 de mayo de 2009

CON FRIO

A veces yo también paseo distraído en invierno, en esos días que invitan mas a estar en casa que andar por ahí rumiando ideas locas, y que nos abandonan inevitablemente igual que nos deja, el vapor de la respiración. Será, por su escasa consistencia y su poca necesidad.
Sin embargo a pesar del frío intenso que me muerde en las manos y en los ojos, me gusta creer que debo aguantarlo. Si hubiera juntado todos esos alientos, tan cálidos, y hubiera sido capaz de tejer ropa de abrigo con ellos, hoy no pasaría frío en la calle cuando pienso.
Y además paseo despacio. Si la idea que tengo merece la pena, espero que el frío pueda congelar las imágenes y así con peso, clasificarlas, ordenarlas y guardarlas más fácilmente en los estantes de mi cabeza, tan fría que empieza a quejarse a estas alturas del paseo. No soporto la idea de que este también fría por dentro.
Pero casi todos, uno tras otro, los pensamientos se confunden y escapan de mí, convertidos en vaho, lo que sin duda prueba su escasa consistencia y la poca necesidad de pasear con tanto frío.
Y sin gorra en invierno.

e.gamella
abr/09

17 de mayo de 2009

ENTRE PUNTOS

Entre putas y retamas se nos paso el día volando. El paseo con aquellos zapatos viejos de recordar pasados o los dedos anudados que enviaban mensajes igual que conexiones de células especializadas (punto y seguimos). La mirada hacia la parte feliz de los ojos, los abrazos ahogados por murmullos de conjuros que se deslizaban lentamente por entre los labios presos a su vez por alguna maldición maldita y el cruce de palabras como tatuadas en papel con sus silencios, sus acentos en las vocales que provocaban intención o sus puntos y aparte.
Aquí fue donde inventaste “el punto y además” que yo bautice como “punto sin después” y tu rebautizaste advirtiéndome enérgicamente como “punto sin retorno”, aunque siempre sospeche que un día seria yo mismo el que escribiría ese punto (y final), sin tinta de marcar.
Recuerdo haber vuelto al mundo en una nube. Entre putas y retamas se nos paso una vida que duro un solo día. Punto y feliz.

11 de mayo de 2009

EN LA ARENA

El sol, a plomo, vomita un sofocante calor de infierno. Allí abajo: ellos.
Los dos, frente a frente juegan a engañarse, para salir airosos del trance dramático que están viviendo. Miden los pasos, miden los tiempos. Juegan a acusarse, a rozarse, a formar arabescos con el cuerpo,y cuando están muy juntos a beberse los alientos.
Piensan en lo cerca que se encuentran, incluso de la muerte y no pueden evitar tragarse el cielo. Las gotas de calor y miedo llegan a su frente y levantan la cabeza buscando aire fresco. Se miran por un instante a los ojos, los cuatro ojos negros y ven, allí abajo, en el fondo todo aquello que están sintiendo.
Ven al amigo que produce emociones desconocidas. Ven al compañero que produce el miedo. Ven la tristeza ante lo que saben inevitable. Ven la pena, la rabia, la desesperación: el infierno. Y se ven a ellos mismos, tan solos, allí abajo...
Comprenden que solo se tienen el uno al otro y así va a ser hasta el final. Ahora ninguno de los dos quiere jugar al engaño. Ahora necesitan ser totalmente sinceros. El uno no le cita. El otro no le mide. El uno no enseña el trapo. El otro no escarba ofendido por ello. Entre ellos, la nada y una presencia que augura para siempre el silencio.
Una puñalada rasga el aire, abre la carne, rompe el tiempo. Todo en el mismo momento
Llega el llanto para los cuatro ojos negros. El uno llora de pena. El otro de remordimiento. Allí abajo, sobre la arena dorada de la plaza, los dos solos y el calor y sus recuerdos. Amigo, compañero: aun no te has ido y ya te hecho de menos.
Mientras uno muere, sin prisa, despacio, lento, se despiden los cuatro ojos negros, sin palabras, sin miedo, sin resentimiento. El otro sabe que los dos están muertos.

e.gamella
sep/08

6 de mayo de 2009

PALABRAS PARA SOÑAR

Hay palabras que sueño para tatuarlas dentro de ti. Por ejemplo latido. Y sueño un millón de palabras que voy dibujando con grafito sobre la idea de tu cuerpo, envuelto en la piel que un día heredare. Está firmado. Si sueño la palabra lazo, procuro anudarlo urgentemente a tus intenciones, antes de que te des cuenta, me descubras y reclames un divorcio expres de las habilidades de mis manos. Hay otra: tentación, que la sueño despacio asegurándome que milite entera dentro de ti. Espero que crezca y termine por hacer cosquillas en los pliegues de mi confianza. Pero solo cuando sueño la palabra sueño, me permites tatuar sobre realidades, aunque no me permitas saber en que parte de ti me encuentro. Una vez soñé con la palabra acertar pero claro, tu eso no lo apreciaste. Tu, solo admites sustantivos.

e.gamella abr/09

Hay palabras que sueño
para tatuarlas dentro de ti.
Por ejemplo latido.
Y sueño un millón de palabras
que voy dibujando con grafito
sobre la idea de tu cuerpo,
envuelto en la piel
que un día heredare. Está firmado.

Si sueño la palabra lazo,
procuro anudarlo
urgentemente a tus intenciones,
antes de que te des cuenta,
me descubras y reclames
un divorcio expres
de las habilidades de mis manos.

Hay otra: tentación,
que la sueño despacio
asegurándome que milite
entera dentro de ti.
Espero que crezca
y termine por hacer cosquillas
en los pliegues de mi confianza.

Pero solo cuando sueño
la palabra sueño,
me permites tatuar
sobre realidades,
aunque no me permitas saber
en que parte de ti me encuentro.

Una vez soñé con la palabra acertar
pero claro, tu eso no lo apreciaste.

Tu,
solo
admites
sustantivos.


e.gamella abr/09

4 de mayo de 2009

LAS HOJAS MUERTAS

Eran los principios del invierno. Aquel año los fríos habían llegado con ganas de quedarse más tiempo del habitual. Empezaba a amanecer en el parque y el sol iba dejando de ser esa inmensa bola anaranjada siempre por delante del cielo azul. Azul cobalto, azul añil, pero siempre azul para seducirnos por la mañana, mientras los rayos del sol ganan terreno a las formas oscuras que han reinado por la noche. Algunos pájaros entrenaban sus gargantas para el resto del día. Un pato lanzo un tremendo graznido que hizo levantar el vuelo a las palomas reunidas en un árbol cercano. El batir de sus alas me pareció un aplauso que también servia para saludar al sol, que poco a poco iba cogiendo fuerza y durante un momento, soñé que empezaba a calentar.
En nada de tiempo, la escarcha que cubre el campo empapara la tierra para que algunas semanas después la hierba mullida y suave tiña de verde estos campos. De verde, como la esperanza. Entonces los árboles despertaran e irán abriendo las yemas que ya despuntan en algunas ramas y volverán a verse grandes, frondosos, frescos, como cuadros de Pissarro. Y a juego con la hierba sus hojas esmeralda. Las mismas hojas que al final del verano caerán y tapizaran otra vez los caminos, las veredas, el paisaje, igual que hojas muertas rígidas y quebradizas que se confunden con el color del suelo.
Fue en ese momento cuando empecé a ver como desde allí, desde el suelo, cientos, miles de aquellas hojas me mandaban mensajes en forma de destellos. Eran tantos y a tanta velocidad que parecía estar mirando sobre las hojas, una noche estrellada. De esas en las que todos nos hemos reconocido alguna vez, al fresco de algún verano que juramos no olvidar, mirando al cielo con el cuello retorcido y muy quietos porque si nos movemos, creemos que se romperá la magia y nunca llegaríamos a entender lo que sin duda nos están queriendo decir las estrellas en ese momento.
Y por nada del mundo deseamos algo así y cuando queremos darnos cuenta nos encontramos como niños pequeños mirando con ojos asombrados lo infinitamente pequeños que somos y lo infinitamente emocionados que nos sentimos por pertenecer a tanta belleza. Y yo ahora tenía ante mis ojos, en el suelo y con la luz amaneciendo, esa misma sensación. Apenas movía un poco los pies, el cuerpo o la cabeza volvían insistentemente aquellos mensajes que como los de las noches de verano, no podía descifrar. ¿Qué querrían decirme?
Soñé que las hojas que caen de los árboles a principios del otoño, esas que cambian al color amarillo brillante luego al oro viejo y finalmente se desprenden del árbol para esconderse con el suelo, esas miles, millones de hojas que una vez han cumplido su tiempo pensamos que mueren, esas hojas aun estando lejos de su esplendor de su lugar de la misión para la que nacieron, esas hojas que están en el suelo: aún no han muerto. Y quieren contarnos algo que ellas vieron.
Quizás quieran contarnos que bajo ellas, en primavera, vieron desfilar los niños pequeños con ojos asombrados, muy abiertos para no perder detalle de la vida nueva que se abre ante ellos. Con manos ansiosas, inquietas que nos advierten con gestos que lo quieren todo y que no hay nada que les pare por dentro. Y en verano, que vieron pasar parejas con abrazos risas y besos. Y vieron pasar ideas, ilusiones, deseos, tesoros escondidos, amores, celos, felicidad, dolor, desconsuelos. En una palabra vieron como pasaba la vida. Y al llegar el otoño vieron como bajo ellas se sentaban cansados algunos viejos a contarles a las palomas como había sido el día de ayer sin ellos. Como el día de hoy tampoco estaría el o ella y que quizá mañana no venga, que ya esta muy mayor y nadie sabe que pasara. Y que ojala pase algo y no vuelva nunca más. Que ya esta bien. Que no lo entiende y que solo tiene ganas de volver a verle. O verla.
Quizá, cuando llega el invierno, las “hojas muertas” quieran contarnos todo esto. Y los cientos, miles de destellos que nos atraviesan son mensajes en idiomas-luz que debemos descifrar para entenderlo. Para entender que la vida que nos abraza, como se abraza un deseo.

A veces me despierto por la noche y revivo otra vez aquellos momentos. Sigo sin entender el mensaje de aquellas hojas en el suelo. Pero ahora se que si la luz de la mañana golpea sobre el hielo que la noche a puesto en las hojas y me llega su reflejo, es una pura carambola que se da una vez entre diez mil pero no estoy dispuesto a aceptarlo como verdadero, es mas, estoy dispuesto a rebatirlo con toda mi alma y mi mayor empeño.
Y reconozco que cuando ando por debajo de los árboles desde que empieza el otoño hasta que acaba el invierno procuro no pisar ninguna hoja, ir dando pequeños saltos para evitar herirlas y confio en que no piensen de mí (algunos) que estoy bebido o ciego. Es solo que no quiero pisarlas.
Por si alguna vez puedo leer sus mensajes y por fin las entiendo.