Hace noches que oigo a un perro ladrarle a la luna
un aullido prolongado y lento que solo él sabe interpretar.
Puede que le ladre a la luna de dolor y de emoción
como hacen los poetas sin versos distraídos en su angustia
puede que grite alguna pena o su tremenda soledad
quizá sepa que mañana seguirá limosneando comida
que le acaricien la cabeza o que debe saltar a un lado
para evitar las pedradas aunque lo que de verdad le duelan
sean los salivazos sin humanidad y a traición en su confianza.
Este perro quizá sueñe mientras le llora a la luna
en convertirse en un gran cazador o en un perro de lucha
sin piedad de esos que sueñan con poder ladrarle a la luna
o mejor en ser el perro guía que necesite una familia
con dos niños pequeños obligados a tirarle de las orejas y un hombre tan ciego que le saque a pasear en la oscuridad.
Este perro quizá aúlle por instinto o porque presienta
que la muerte se acerca a buscarle esta misma noche
y tenga miedo ese miedo antiguo y maligno con olor
a siempre que traemos grabado bajo la piel al nacer.
Este perro quizá solo aúlle insultos procaces de alegría
por sentirse libre, y mas que un aullido sea un pacto
libertario de paz porque no tiene un techo que pelear
ni un sitio fijo desde donde mirar lo que no entiende.
Quizá este perro le cuente a la luna que esta encantado
con la vida que lleva y solo quiere que mañana sea un día
de sol como los que Whitman embrujaba de naturaleza
uno de esos días en los que Salinas cogía el lápiz para decir
con tinta lo que le salía del corazón uno de esos días
cualquiera que Benedetti nos enseño a mirar para sentir
que podíamos aullar a la luna a la vida y al amor solo por ser
nosotros mismos. Quizá este perro no aúlle y ria de felicidad.