El octavo día de la semana es el más triste.
El octavo día me aplasta cualquier intención
me bloquea los dedos y anula las comunicaciones
con el satélite todopoderoso que guía mis deseos.
El octavo día se me contagian
el animo y la ilusión y me duelen las ideas
que apenas reconozco dentro de una cabeza
que piensa por costumbre en este universo catatónico
y tristemente me reconozco con los ojos fijos,
los oídos a la defensiva, los labios dormidos
y los huesos sosteniendo el mundo.
No es su tarde lo que me pesa,
no es su noche que llega con las sombras vencedoras
sobre la luz que reinaba y su infinita esperanza
de un mañana liberador.
Me pesa este agujero oscuro que me absorbe
el octavo día de cada semana de dentro a fuera
y amenaza con sacrificarme al dios mas omnívoro.