Hay una frontera
alta
en blanco y negro
perdida entre
recuerdos
e imágenes con
poca luz
que sirve a la
imaginación
y a los deseos
rotos
de esos días
tranquilos, lentos, dormidos.
Es fácil navegar
por ellos
o aun mejor sumergirte:
robas al mundo
todo el aire que puedas,
cierras la
cabeza,
te miras por
dentro
y saltas por la
borda de tu cuerpo
anclado a la
vida.
Y caes
hundiéndote sin querer,
sin esfuerzo
como si te
lastraran los pies
cruzando por el
azul
hacia lo más
profundo
de tu mente
inmaterial
con los ojos
abiertos
las manos vacías
y la cabeza
cerrada a la verdad.
No importa.
Nada importa.
La vida se para
el tiempo se
detiene
los sonidos y las
imágenes se desvanecen
y el aire huye
escondiéndose de ti.
No sienes nada
todo ha
desaparecido
ni tu mismo
existes
sencillamente no
existes
y aunque no lo
sepas
tampoco quieres
existir.