Gastón, el mimo, como a él le gustaba que
le llamasen, termino por vivir en la calle. Dormía sobre una cama de cartones
rotos cogidos aquí y allá y vestía ropas viejas que conjuntaba de modo
estrafalario en cuanto las robaba de la basura. De comer no hablamos: a lo sumo
un día de cada tres por la caridad de alguien o bien por que encontraba entre
la basura un poco de pan, media zanahoria o un yogur caducado de verdad.
El mimo, ofrecía un aspecto descuidado y
sucio de marioneta a punto de la desarticulación que paseaba sus
interpretaciones por los parques y jardines antes de que los niños huyeran llorando
y muertos de miedo mientras sus madres levantaban la mano haciendo aspavientos
para asustarle y de paso espantar las moscas que como satélites autorizados
giraban a su alrededor.
Gastón no era un mimo como los demás. Gastón
no había decidido interpretar un personaje que vivir unas horas al día, Gastón había
compuesto un personaje con el que mimetizarse, confundirse las veinticuatro
horas todos los días y dejar atrás una vida que sin duda no quería seguir
viviendo. Nadie se explicaba como un hombre de buenísima familia,
porvenir asegurado y sin otras necesidades que esperar, el Sr. D. Gaspar de
Toncaliú y Saez-Motril de la
Serena, debido sin duda a la descomposición química que
padecen los personajes humanos que tienen más de un gramo de locura, decidió
ser un mimo.
Y eso fue, si no recuerdo mal… un día
cualquiera de un año cualquiera de una vida cualquiera.