20 de septiembre de 2010

DESESPERACIÓN

Cuando ya no te quede oxigeno que respirar, aguanta el aliento y huye. Tira la bolsa que te lastra con su carga de verdades necesarias, sus realidades transparentes, un hígado hinchado de filtrar residuos y escapa. Corre por el arcén como si hubiera dios y creyera en ti y con lo que sea que te quede en los pulmones intenta un ultimo esfuerzo y avanza. Con suerte un ateroma de recuerdos recalara en tu cerebro y un ictus te dejara estúpido para el resto de tu vida. Sin suerte, algún milagro biomecánico conseguirá que llegues hasta la orilla del mar y cuando el agua te despeje los sentidos embotados por la asfixia utiliza ese ultimo instante de conocimiento para hacer algo que merezca la pena en tu vida y sigue caminando mar adentro hasta que el agua te llega al vientre, al pecho y termine por taparte la nariz y cubrirte entero. Cuando sientas el abrazo del mar sin palabras, sin reproches sin peros, como si volvieras a los brazos seguros y calidos de una madre convertido otra vez en niño entonces abre los ojos, aspira profundamente… y vuelve a ser feliz.

Pasea despacio por el fondo del mar, recorre con la mirada el azul mas profundo, cuida de no pisar una sola estrella o de molestar a ningún tritón. Ojo con las sirenas, acaricia el coral, saluda las mareas y cuenta que no falten las ballenas que deben estar. Luego busca un castillo encantado a la entrada de una ciudad perdida, abre la puerta con la llave que te mostrara un pez mayordomo y enciérrate a descansar. Si tienes suerte pasaras feliz lo que te quede de vida. Si no tienes suerte algún idiota quitara el tapón al mar y todo se perderá engullido por el vértigo de un remolino girando en dirección contraria a las agujas de un reloj. Eso si, cuando todo acabe, podrás volver a respirar oxigeno y recordar que sigues vivo.