30 de diciembre de 2013

Cuando el verano se fué...



(por Rodrigo Gamella Montalbán)

         Cuando el verano se fué, arrojo una lágrima al mar y esta se hundió entre la infinidad de agujas, cayendo hasta el final del pozo donde encontró un campo de trigo por el que tuvo que viajar durante horas, días y años.

            Se enamoro de todas y cada una de las mágicas hadas que encontraba al cambiar de dirección. Soñó que cabalgaba a lomos de un caballo de cristal mientras dormía en una nube de recuerdos robados por la erosión y bailó con sus sombras por conseguir el humo de un amor que le quemaba por dentro.

            Y durmió acompañado de la distancia y la seguridad que da la noche diurna. Todo porque el invierno volvió a estar de moda.

            Nunca debiste quitarte aquella bufanda.
                                                                                      





                                      
                                  



                                                                                             

28 de diciembre de 2013

Brasil, para siempre.






“Srs. Pasajeros, el vuelo 6.9.19.1.12 con destino a Brasil va a despegar. Les rogamos se relajen y aspiren profundamente”
-          Ya era hora. Parece que llevo toda la vida esperando. ¿Será como lo imagino?
 Julio se abrocho el cinturón y acomodo su cuerpo lo mejor que pudo al hueco en el asiento, luego se asomo por aquella ventanilla pequeña y redonda que parecía un vistazo al pasado y empezó a sentir que al fin despegaba. Enseguida un cielo azul y limpio le inundo la visa. Algunas nubes, pocas, de algodón muy blancas no presagiaban más que un vuelo agradable y tranquilo.
Unos minutos después, le pareció que veía tierra. – “Quizás me quedé dormido y estemos regresado, pero entonces el sol entraría por nuestra izquierda y no es así. Además esta alto, entra de arriba hacia abajo: justo mediodía. Seguro que me quede dormido, claro la tensión del viaje. “Un vuelo corto sin duda – pensó - pero estamos llegando”. Y la idea de que por fin alcanzaba su destino se fue abriendo paso hasta acomodarse en su cabeza y desde allí, empezó a destilar por todo su cuerpo una tranquilidad que antes apenas recordaba.
A vista de pájaro, ya podía divisar las playas kilométricas de arenas muy blancas y aguas de fondos azulados, verdosos,  trasparentes, salpicadas por hombres y mujeres que las recorrían solventando sus quehaceres, de modo impreciso, sin prisa, yendo y viniendo entre las pequeñas aldeas que continuamente iba descubriendo unidas por estrechos senderos de tierra.
Le sorprendió no ver el mar con el agua hirviendo de risas, la playa llena de cuerpos mulatos jugando sobre la arena, o tomando el sol, sentados, hablando, dormidos, abrazados… sin sitio por donde pisar sin incomodar a alguno.
Mas atrás, en una segunda línea resguardados a la sombra seguro que había una fauna comerciante ofreciendo jugos tropicales de piña, de papaya, de maracuya y combinados de ron, de cachaza, de lima… un lujo para enfriarse de ese sol que debe quemar como el mismo fuego. Y tenderetes. Con cuatro palos y un tejadillo. De ramas a punto de derrumbarse por una mirada o un poco de viento donde tomar asados, hacer barbacoas… o cosidos por una lona de color que albergan toda suerte de mercancías sin mas valor que el de la obligación que tienen todas las playas del mundo a que existan: sombreros, gafas, zapatilla, pareos, pañuelos, bolsos, y un millón de  objetos sin clasificar para que disfruten los mirones a paso muy lento examinando con cuidado cualquier baratija como si trataran de descubrir la pieza mas valiosa de la casa de un anticuario durante esas interminables horas de playa diaria .
Y tendré que buscarme algún trabajo, algo tranquilo, no quiero engañarme, que me ocupe tres o cuatro horas como mucho al día solo para poder comer. Dicen que el mar tiene de todo: pescados grandes y sabrosos para asar por la noche en la playa y pescados pequeños para cocer con arroz. Tendré que conseguirme una redecilla, ah! Y unas gafas para ver debajo del agua aunque estoy seguro que a los dos días me acostumbrare a la sal del agua y podré coger langostas a mano. Joder que rabia: Almudena no ha querido venir aunque no la culpo. Ella tiene los pies en el suelo y yo siempre he tenido alas en los pies. Es nuestro único desencuentro pero en cuanto este instalado la llamo para que venga y disfrutemos juntos.
Aquello debe ser la selva, ¡que enorme! Siempre pensé que aquí había más pueblos, más bichos y más plantas por descubrir de lo que nos han contado. Y aquello, el Amazonas: increíble. Tan grande y tan hermoso… ver como serpentea con la luz de la tarde hasta perderse en el mas frondoso verde del horizonte… Me gustaría viajar alguna vez por este gran río  en un barquito de vapor, por el placer de viajar. Como aquella película “La reina de África” ¿de África? Bueno, todos los grandes ríos deben ser muy parecidos.
“Atención Srs. pasajeros estamos llegando a nuestro destino. Pueden desabrocharse los cinturones” ¿Si claro, y fumar! Pero es cierto: hemos hecho todo el viaje con los cinturones puestos. Ya es igual estamos a punto de pisar Brasil.
Los pasajeros, advertidos unos a otros, se abalanzan sobre las ventanillas de ala izquierda mientras se indican en voz baja, algo que parece excepcional. Jaime movido por la curiosidad también se acerca a mirar. El desconcierto se apodera de él rápidamente: un personaje vestido con una túnica de un blanco que daña la vista como si mas que un color el blanco fuera una luz, levita ane sus ojos y les da la bienvenida con un gesto sereno y los brazos abiertos de par en par. Parece Dios. Jaime de pronto cae en la cuenta: “El pan de azúcar” dice en un susurro y piensa que Brasil es el lugar más bello del mundo. Boquiabierto grita a los demás pasajeros: “Brasil” Y repite en otro grito mas intimo: “Brasil”.

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            “Hora de la muerte doce cuarenta, vamos a cerrar”, anuncia el doctor San Cristóbal a su equipo.
            Minutos después mientras se lava las manos aún apesadumbrado por lo que acababa de ocurrir en el quirófano, le pregunta a su ayudante: “Que te a parecido?” “Hizo lo que pudo. – le responde Carlos Moré, su ayudante - No se preocupe. No se si se dio cuenta que justo antes de morir el paciente alcanzo a decir: Brasil y lo repitió mientras moría. Es extraño: nosotros nos preocupamos por salvarle la vida y él, seguro que solo pensaba en el próximo mundial de fútbol”.



2 de diciembre de 2013

Mis recuerdos




Me pregunto donde descansan
mis recuerdos.
Se que algunos sobreviven pegados
a las yemas de los dedos
con la misma intensidad
que otros habitan el resto de la piel.
Un surco: una esperanza de futuro imprevisible
un poro: una ilusión de presente soliviantado
el mas remoto milímetro cuadrado: un deseo
hundido entre los pliegues de la emoción.
Otros se hospedan en mis ojos
como destellos de luz a veces, solo a veces,
comprensibles y siempre fugaces
que aún me permiten mantenerte
la mirada por unos instantes,
recordar la silueta fantasma de tu cuerpo, 
un brillante azul en tu pelo.
En mi boca duerme el recuerdo de tu sabor
un poco dulce, un poco salado, sabor a mar
que rompe y esparce humedad
espuma y lucha a partes iguales
y sabor a ola sumisa de lengua fresca
de juego que llega para besar.
Únicamente para besar.
Tengo recuerdos escondidos por la casa.
No a propósito. No es cosa mía.
Son ellos que decidieron quedarse.
Están en la cocina disfrazados
de sonrisa y azafrán
cualquier día de lunes a domingo
incluso las fiestas de guardar.
Los hay en el salón hechos de tu materia:
de vida entre las hojas de los libros
con olor a tinta negra y de música
melancólica y dulce que adorabas
como únicamente tu sabias adorar.
Las ropas de la casa de los armarios  
también tienen recuerdos tuyos,
tu olor, tu forma incluso un vestido gris
conserva dos cabellos rojizos muestra
de un intento desesperado por cambiar.
Supongo que si abro cajón cualquiera
paseo descalzo
hablo a oscuras
cierro el gas
me miro a un espejo,
aso castañas
me rio de nada
como galletas
dejo correr el agua
guardo las pastillas
duermo poco
pienso en otra cosa
lloro por gusto
respiro despacio
respiro deprisa…
también encontrare un recuerdo de ti.
Y a veces me pregunto donde descansaran
los recuerdos tuyos porque yo
aunque lo intento no consigo encontrarme.