1 de abril de 2011

Un día de verano.

Yushio se viste despacio. Son las ocho de la mañana y en verano parece que el tiempo vaya mas lento. Se acerca a la cocina donde desayunan Tanaka y los niños. El pequeño no aparta la vista de “Mishia”, tumbada en un rincón ceca de la puerta que da al pequeño jardín, donde asoman las flores encendidas por el sol. Tres y hasta cuatro diminutas bolas de pelo esponjoso disfrazadas con hocicos negros, aparecen por detrás de la gata abriendo la boca y dejándose oír lastimosamente, mientras su madre los limpia con mimo.
Tanaka termina el desayuno y se acerca hasta el recibidor de la casa para coger su casco blanco con letras rojas. Es el capataz de su fabrica y hoy será un largo día de trabajo. Los niños  esperan en la puerta desde la que el pequeño, aún sigue mirando hipnotizado a “Misha” y sus gatitos. Yushio se acerca a despedirles y oye el avión que sobrevuela su casa en esos momentos. “Es raro – piensa – a Hiroshima nunca llegan aviones tan grandes”.
Luego oye maullar a la gata y descubre que una de las bolas tiene abiertos los ojos por primera vez. Son las ocho y diez.