15 de marzo de 2009

Mi abrazo

Ven que te abrace. Déjame que te rodee. Así. Ahora deja que te mire. Calla. Quieta. A ver esos ojos que tanto quiero. Como me gustan. Y como me gusta mirarlos para ver que encuentro. ¿Qué pones en ellos cuando me miras? ¿amor?, ¿ternura?, ¿cariño? No. Ya se. Algo de todo ello. Para un poco. Y no, no te suelto. Estas loca si crees que voy a soltarte, ahora que te tengo. Espera, sigo. Tu boca. No, no. No la cierres ahora. Si. Creo que me gusta más cuando sonríes. De lejos porque entonces, a mi, me parece que prometes solo verdades. De cerca porque solo se la puede besar o mirar como se mueve imaginando que cuenta cuentos. Y no. No te suelto. ¿No ves que quiero que mis brazos entiendan el calor de tu cuerpo? Espera. Deja que te mire un poco más. Deja que no pase el tiempo. De acuerdo, te suelto un poco. Pero solo para que juegues a que te quieres ir de aquí adentro.

Y rápida te das la vuelta. (Te aprovechas de que soy bueno. Ahora que estas de espaldas se me atraganta el aliento). Ya tengo donde quería tu pelo. Le acaricio con mi cara (No. Soy yo el que se acaricia con tu pelo). Lo huelo. Me recuerda cosas de niño pequeño. ¿Y porque no te estas quieta? Los dos sabemos este juego. Sigo. Ahora con las manos atravieso tu cuerpo para llegar al vientre eterno. Principio y fin del mundo (tú estas parando el mundo en este momento). Y yo ato mis dedos para que no puedas escapar de este infierno. Y entonces como por arte de magia dejas de jugar y te rindes a los sentimientos. Te quedas quieta. Quieta. (¿En que piensas con tanto secreto?). Quieta. Quieta. Muy quieta. Si no fuera porque siento tu respiración diría que no te tengo. (¿Qué sentido tendría estos brazos sin tu cuerpo dentro? Mejor no lo pienso. Ahora que he aprendido a abrazarte. Ahora que se, que lo que quieres de un abrazo es que sea cierto).

Entonces, te mueves despacio. Y yo aflojo. Te dejo. Te vuelves (¡Eh! no te lleves el pelo). Te sigues volviendo. (Ya no lo tengo). Vuelve tu mirada, tu sonrisa. Y mi desconcierto. Pero no es lo mismo. Ya no hay lucha. Hay una firmeza que me da más miedo. De frente, sin dejar de mirarme, ordenas a tus manos ir hacia las mías que esperan en tu espalda (ahora lo entiendo). Las coges y tierna desenredas el nudo de mis dedos y antes de darme cuenta (ahora no pasa el tiempo) eres tu la que me abraza, la que me sujeta los brazos, la que me roba el calor del cuerpo mientras me asomo a tu sonrisa y a tus ojos negros y yo que no se luchar (ni quiero) entonces… entonces: me muero. Porque no solo me abrazas por fuera ¡tú me abrazas también por dentro! Y me quedo estático, quieto, quieto. Muy quieto.
.
.
.
.
(Ahora que pertenezco al mundo de los muertos espero que me devuelvas a la vida con un beso. Y volver a abrazarte. Y empezar otra vez el juego).


e.gamella
oct/08