19 de marzo de 2009

LA LLAMADA

Se levanto despacio y desperezo los músculos de la espalda antes de apagar el cigarrillo contra el cenicero con la misma indiferencia con la que había apagado los otros. Aun con la mirada perdida mas allá de los ojos se acerco al mueble donde guarda lo que le queda de vida. Intenta recordar como era aquel libro que de pronto le había despertado del letargo cansino e indolente en aquella tarde de domingo. No consigue recordar pero sabe que no va a dejar de buscarlo. ¿Cuál seria? Al fin y al cabo ya solo le quedan veinte o veinticinco de aquellas historias que tanto le habían conmovido.
Aquello empieza a ser una estupida obsesión. No le gusta pero debe encontrarlo. ¿Cómo era? Si al menos consiguiera recordarlo. Todos los libros que pasan ante sus ojos han tenido una vida grata. Ninguno guarda ya el esplendor de lo nuevo. Ajados, rotos alguno con una goma elástica haciendo las veces de cierre para no perder su intimidad. ¿Pero donde estará? ¿Y si lo había perdido en alguna de las ultimas mudanzas? Solo lo piensa un instante pero suficiente para que la tristeza trepe hasta su garganta y empiece a carraspear intentado evitar que se acomode el sufrimiento. Ya sabe por experiencia que allí se convertiría en nudo de horca de esos que aprietan hasta hacerle saltar las lágrimas.
A duras penas empieza a desechar las opciones que su lógica le permite razonar. Primero descarta los tres tomos de los “Evangelios Apócrifos” esos que están prologados por Borges y a él le parecen un tesoro. Después aquellos otros cuatro libros de Blasco Ibáñez donde había basado como si fuesen los pilares de su vida, sus creencias más firmes. Después desfilan Mann, Joyce, Stendhal, Woolf. Tampoco son el libro que busca. Engels, Bakunin, Hesse, Nietzsche, Darwin y los poetas: Borges (para el siempre será un poeta) Byron, Kavafis, Benedetti, Machado. Y detrás de ellos casi escondido, a propósito, alejado de su propia mirada (aunque ahora no recuerda bien porque) ve el libro que busca.
Poco a poco todo empieza a recobrar sentido. Lo coge con cuidado, con mimo más por él que por el libro y cuando lo tiene cerca sabe que la emoción volverá a inyectarle la vida que necesita. El libro cobra vida rápidamente y se abre para darse como un amante seguro de si mismo y al abrirse deja al descubierto su prueba de amor. Todo aquello que él había querido guardar entre dos paginas. Recuerda aquéllos versos que los pétalos amarillentos de la flor que allí sigue (de ella, si de ella) de su mano apenas dejan leer…

¡Si me llamaras…
Lo dejaría todo
Todo lo tiraría
Los precios, los catálogos, el azul
del océano en los mares
Los días y sus noches
Los telegramas viejos
Y un amor…

El sabor salado de aquella lágrima le hace regresar rápidamente a la realidad y cierra cuidadosamente el libro, “su” libro. Vuelve a dejarlo en la estantería, allí, medio oculto para volver a encontrarlo cuando sienta la necesidad.
Enciende un cigarrillo y se acerca a la ventana para que en un arranque de ira controlado, el humo choque contra los cristales. Recuerda la frase que le decía en estas ocasiones, al oído mientras se colgaba de su cuello, toda amor, toda ella “Aun cuando no tengas nada, te quedaran los recuerdos”. Se tira en el sofá donde vela las noches, fija la mirada en el infinito, ese vacío tan cercano para él y poco a poco empieza a recordar la vida que le hubiera gustado tener al lado de ella. Si le hubiera llamado.


e.gamella
nov/08