Tengo una mano articulada y predispuesta sujetando entre sus dedos apasionados, un sencillo lapicero sin color con la punta afilada y negra que espera una orden mía para liberar las ganas de decir.
Y mientras, en mi cabeza, danzan tus imágenes mas bellas sin interrupción, a oleadas, emocionando mis recuerdos por mas que el tiempo como una daga doblemente afilada para cortar ilusiones y esperanzas me separe de ti. Hoy esta cabeza, esta mano, este lapicero no van a divagar sobre la luz que un día se reflejo en tu cuello o de cómo te girabas para hacerme soñar.
Hoy este lapicero dibujara una línea torpe y distraída para recrear la misma curva, fácil, que recuerdan mis dedos. Después trazará con suavidad una sombra ni remotamente parecida a la que vive dentro de mi pero suficiente para volver a verte con la misma luz tenue que te gustaba y que ahora bastara para que mi mano y mi lápiz tracen el arco mágico que una vez dibujé con mi único dedo sobre tu espalda desnuda y así, vivirá tatuada sobre el papel blanco como viven los poemas por siempre: exactos, dulces y ausentes.
Entre tanto mi mano mi lápiz y yo seguimos a la espera. Y echándote de menos.