22 de diciembre de 2014

Estacion Malasaña





El otoño deja tardes para recordar. Tardes en las que los colores, el viento o la luz se visten de ojos grandes y abiertos vuelan suaves y eternos como esos copos de nieve que pronto caerán a nuestro alrededor. El otoño también nos trae lagrimas desconocidas desde el fondo del animo, desde la desilusión que no comprendemos que solo nos deja respirar a medias y a veces, muchas veces solo llorar.
Aquella tarde Enrique seguramente dejo de cantar tras el humo de cualquier pitillo con volutas de olor a eternidad, a lluvia torrencial a canción desesperada bajo el aguacero. Dejo caer la guitarra y se acordó de María. Quizá no la quería tanto o no era capaz de entenderlo y puede que alguien alguna vez se lo explicara pero seguro que seria en futuro mas próximo que este y mas perfecto. Después se cayó en el mismo mar conocido de otros naufragios y cuanto mas se hundía mas brillante era aquella luz que inexplicablemente solo podía ver si le abrazaba aquel aturdimiento ingrávido, sin dolor, sin sentirse mal.
Justo cuando debía salir a flote, allí abajo, decidió que respirar le hacia daño que le quemaba los pulmones que no le podía regresar y supo que no volvería a nadar para sacar la cabeza. Se envolvió en si mismo y pensó en unos ojos de gata, en María… en que no era mas que un tipo vulgar. Y se fue alejando despacio de la luz hasta que termino por morir.
Desde entonces los otoños son un poco más tristes.