He oído hablar del otoño en Lisboa.
Aunque únicamente conozco su primavera, he decidido volver. Volveré para contar los mosaicos blancos y negros de sus calles. Y de sus plazas. También contare los árboles, uno a uno. Y sus palacios antiguos.
Y mediré las aguas de su río y el ancho de su boca al llegar al mar. Y los momentos tranquilos, también los mediré. Sus horas de luz, sus vientos atlánticos, el olor a sal y el color marinero de sus barrios viejos, también. Espero que no falte nada. Que todo sigua igual.
Porque volveré para pasear por Lisboa. Andarla y sentirla viva bajo los pies y esperar con suerte que alguna vez me permita echar el ancla en ella.
Y cuando me canse, me sentare a comer y beber vino en la plaza del Comercio, en una terraza que me haga fantasear mientras espero que pase Pessoa por casualidad.
Y a que pase el tiempo como si el tiempo fuera un fado lento cantado al oído. Un fado que diga que Lisboa me aprisiona a condición de que la quiera, para que no me vaya nunca. Como debe ser.
He oido hablar del otoño en Lisboa.
eg/may-09