30 de diciembre de 2008

CAZARECOMPENSAS

Observo tímidamente desde una loma, asegurándose antes, de seguir camuflado. La vio a lo lejos, en aquel bosque que tanto le gustaba. Tranquila, confiada, segura a la orilla de aquel río que cruzaba por allí. Quizá, pensó, esperaba algo (o a alguien). Finalmente le pudo la curiosidad y muy despacio empezó a bajar en su busca.
Al llegar cerca de ella pudo observarla con más calma. Desatendió a la razón, que le decía otra cosa y decidió dejarse ver.
Ella no huyo. Sin saber muy bien porque, miro el río y no huyo. No es que no pudiese: no quiso.
Cuando estuvo a su lado la miro a los ojos y despacio se atrevió a hablarla:
- ¿No huyes?
- ¿Por qué habría de hacerlo?
- ¿Por… tenerme miedo?
- ¿Qué debería darme miedo?
- ¿Yo mismo?
- ¿Tú crees que das miedo?
- ¿Tú crees que no lo doy?
- ¿Tan peligroso eres?
- ¿No estas sola?
- ¿No crees que te esperaba?
- ¿A mí?
- ¿No huyes?
- ¿Por qué habría de hacerlo?
- ¿Por… tenerme miedo?
- ¿Qué debería darme miedo?
- ¿Yo misma?
- ¿Tú crees que das miedo?
- ¿Tú crees que no lo doy?
- ¿Tan peligrosa eres?
- ¿No estas solo?
- ¿No crees que te esperaba?
- ¿A mi?
.
.
- ¿Sabes que no has contestado a ninguna de mis preguntas, querida oveja?
- ¿Verdad que vas a darme mucho tiempo querido lobo?
- ¿Y si no?
- Te morderé el cuello y te devorare. Respondió la oveja con una sonrisa.

Y estaba tan convencido de lo que ella dijo (¡para una pregunta que responde!) que el lobo le dio todo el tiempo de que disponía.
Y tratando de descubrir cuanto había de cada uno de ellos en el otro, pasarón mucho, mucho tiempo juntos.
Por mas que en alguna ocasión llegaran a morderse.
En el cuello.
Sin daño.
Por el gusto de devorarse.

e.gamella
oct/08